Los Nevi'im son una parte muy especial de la Biblia hebrea que significa "los Profetas". En los Nevi'im, leemos sobre personas llamadas profetas, que son como mensajeros de Dios.
Dios les hablaba a ellos y les decía qué mensajes debían dar al pueblo para ayudarlos a ser mejores y a seguir el buen camino. Los profetas también contaban historias y advertencias para que la gente aprendiera a ser justa y a cuidar a los demás.
Es importante estudiar los Nevi'im porque nos enseñan a escuchar y hacer caso a los consejos buenos, a no rendirnos cuando las cosas son difíciles, y a ser valientes para hacer lo correcto, incluso cuando es difícil. Además, aprendemos que Dios siempre está cuidándonos y guiándonos.
Hace mucho, mucho tiempo, en un mundo lleno de hermosos campos, ríos brillantes y cielos llenos de estrellas, vivía un hombre llamado Enoc.
Desde que era pequeño, Enoc amaba hablar con Dios. No importaba si estaba trabajando en el campo, caminando por el bosque o mirando las estrellas por la noche, siempre tenía una conversación con Él.
Un día, mientras paseaba, Enoc miró las montañas a lo lejos y dijo:
—Dios, qué grande es este mundo que creaste. ¿Cómo puedo vivir de la mejor manera para agradarte?
Y Dios le respondió en su corazón:
—Camina conmigo, Enoc. Habla conmigo, escucha mis palabras y haz lo correcto.
Desde ese día, Enoc decidió vivir de una forma muy especial. Ayudaba a las personas, trataba a todos con amor y siempre obedecía a Dios.
Cuando los demás estaban tristes, Enoc los animaba. Cuando alguien tenía hambre, Enoc compartía lo que tenía.
Los niños de su aldea solían correr tras él y decían:
—¡Cuéntanos, Enoc! ¿Cómo es hablar con Dios?
Y él les respondía con una sonrisa:
—Hablar con Dios es como tener al mejor amigo del mundo, que siempre te escucha y te guía.
Los años pasaron, y Enoc siguió siendo fiel. Nunca se cansó de caminar con Dios, incluso cuando era anciano. Pero un día ocurrió algo increíble. Enoc salió a caminar, como siempre, pero esta vez, no regresó.
La gente de la aldea buscó y buscó, pero no lo encontraron. Entonces recordaron algo que Enoc siempre decía:
—Dios me ama tanto que algún día caminaré tan cerca de Él, que me llevará a su hogar.
Y así fue. Dios se llevó a Enoc con Él porque eran grandes amigos. Enoc no murió como otras personas, sino que Dios lo llevó al cielo para estar siempre juntos.
Fin.
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La historia de Enoc nos enseña que podemos ser amigos de Dios si caminamos con Él cada día, haciendo lo correcto, ayudando a los demás y hablando con Él en oración.
¿Te gustaría caminar con Dios como Enoc?
(Rabina Naomi Saraí)
Hace mucho, mucho tiempo, en una tierra lejana llamada Dan, vivía un hombre especial que se llamaba Sansón.
Desde su nacimiento, Sansón fue elegido por Dios para hacer cosas grandiosas y proteger a su pueblo de los enemigos, los filisteos.
Pero había algo que hacía a Sansón muy especial: ¡tenía una fuerza increíble, una fuerza que venía directamente de Dios!
Sansón no era como cualquier otro hombre. Su fuerza no venía de comer mucha comida o hacer ejercicio, sino de una promesa que sus padres le hicieron a Dios cuando él nació.
Dios les había dicho que mientras Sansón no se cortara el cabello, sería muy fuerte.
Era un secreto entre él y Dios, y Sansón lo respetaba.
Con esa fuerza, Sansón hizo cosas asombrosas. Una vez, cuando los filisteos intentaron atraparlo,
¡Sansón rompió las puertas de la ciudad y las llevó hasta una montaña! Nadie podía detenerlo.
Los filisteos no estaban nada contentos con Sansón. Intentaban capturarlo, pero siempre escapaba gracias a su increíble fuerza.
Los filisteos sabían que tenían que encontrar su debilidad, algo que les permitiera vencerlo.
Un día, Sansón conoció a una mujer llamada Dalila.
Los filisteos se acercaron a ella y le dijeron:
—¡Descubre el secreto de la fuerza de Sansón y te daremos muchas riquezas!
Dalila, aunque parecía amiga de Sansón, quería el dinero de los filisteos, así que comenzó a preguntarle una y otra vez:
—Sansón, ¿cómo es que eres tan fuerte? Dime, ¿cuál es tu secreto?
Sansón no quería decirle, pero Dalila insistió tanto que al final, Sansón le confesó el secreto:
—Mi fuerza viene de Dios. Mientras no me corten el cabello, seguiré siendo fuerte.
Una noche, mientras Sansón dormía, Dalila llamó a los filisteos y ellos entraron en la casa.
Con cuidado, le cortaron el cabello. Cuando Sansón despertó, intentó usar su fuerza, pero se dio cuenta de que ya no la tenía. Dios había retirado su bendición porque Sansón había roto su promesa.
Los filisteos lo capturaron y lo llevaron a su ciudad. Se burlaban de él y lo hicieron prisionero.
Sansón estaba triste y arrepentido. Sabía que había cometido un error al contar su secreto, y le pidió perdón a Dios.
Mientras estaba prisionero, su cabello comenzó a crecer de nuevo, y con él, su fuerza regresaba poco a poco.
Un día, los filisteos organizaron una gran fiesta en un templo, y llevaron a Sansón para burlarse de él. Sansón, con mucha humildad, oró a Dios y le pidió que le devolviera su fuerza una última vez, para poder derrotar a los filisteos y salvar a su pueblo.
—Señor, dame fuerza una vez más —oró Sansón.
Entonces, Sansón se apoyó en las dos columnas principales del templo y, con toda su fuerza renovada, las empujó.
¡El templo se derrumbó, y Sansón venció a los filisteos! Aunque Sansón sacrificó su vida, salvó a su pueblo y cumplió su misión.
La historia de Sansón nos enseña que, aunque cometamos errores, Dios siempre está dispuesto a perdonarnos si estamos arrepentidos de corazón. Sansón también nos recuerda que nuestra verdadera fuerza no viene de nosotros mismos, sino de la ayuda y el amor de Dios.
Fin
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Este cuento para niños resalta la importancia de la obediencia a Dios y el poder del arrepentimiento, usando la emocionante historia de Sansón para transmitir lecciones de fe, valentía y humildad.
(Rabina Naomi Saraí)
Hace mucho tiempo, en un país llamado Israel, vivía un joven pastor llamado David.
Él era el hijo más joven de una familia con muchos hermanos, y aunque era el más pequeño, tenía un corazón valiente y lleno de amor por Dios.
David cuidaba las ovejas de su padre, tocaba su arpa y componía canciones para alabar a Dios. ¡Pero esta no es solo la historia de un simple pastor!
Un día, un gigante llamado Goliat, del ejército enemigo de los filisteos, desafió al pueblo de Israel a enviar a alguien para luchar contra él.
¡Era enorme! Nadie en el ejército de Israel se atrevía a enfrentarlo, porque todos tenían miedo.
Pero David, confiando en Dios, decidió aceptar el reto. Aunque solo era un joven pastor, sabía que Dios estaba con él.
David fue al río y escogió cinco piedras lisas. Luego, con su honda en la mano y mucha fe en su corazón, se presentó ante Goliat.
El gigante se rió al ver que un joven tan pequeño venía a pelear con él. Pero David le dijo: "Tú vienes contra mí con espada y lanza, pero yo vengo contra ti en el nombre del Señor Todopoderoso".
David lanzó una piedra con su honda, y la piedra voló rápido y fuerte, golpeando a Goliat en la frente.
¡El gigante cayó al suelo! Con la ayuda de Dios, David había vencido al gigante y salvado a su pueblo.
Después de este gran acto de valentía, David fue conocido en todo Israel.
Años después, Dios eligió a David para ser el rey de Israel. David fue un buen rey porque siempre confió en Dios y trató de hacer lo que era correcto.
Aunque no siempre fue perfecto, David amaba profundamente a Dios y escribió muchos de los Salmos que encontramos en la Biblia, hermosas canciones que alaban y agradecen a Dios.
David también hizo grandes cosas como rey. Unió a las tribus de Israel, venció a muchos enemigos y preparó los planes para construir un gran templo donde el pueblo pudiera adorar a Dios.
Aunque David cometió errores, siempre se arrepintió y buscó la guía de Dios.
La historia de David nos enseña que no importa lo pequeños o jóvenes que seamos, si confiamos en Dios, podemos hacer grandes cosas.
Como David, podemos ser valientes y confiar en que Dios siempre está a nuestro lado, incluso en los momentos más difíciles.
Así que cuando sientas miedo o enfrentes desafíos grandes como Goliat, recuerda la historia de David y confía en el amor y la fuerza de Dios. ¡Con fe, todo es posible!
Había una vez, hace mucho tiempo, un joven llamado Salomón que se convirtió en el rey de Israel.
Salomón era el hijo del famoso Rey David, quien venció al gigante Goliat.
Pero esta historia es sobre cómo Salomón se convirtió en uno de los reyes más sabios de toda la historia.
Una noche, cuando Salomón era muy joven, Dios se le apareció en un sueño y le dijo: "Pídeme lo que quieras, y yo te lo concederé". ¡Imagínate! Salomón podía haber pedido riquezas, fama o una larga vida, pero en lugar de eso, Salomón pidió sabiduría.
Le dijo a Dios: "Dame un corazón sabio para gobernar a tu pueblo y saber lo que está bien y lo que está mal".
Dios se complació mucho con la humildad de Salomón y le concedió sabiduría, más que a cualquier otro hombre.
Además, como Salomón no pidió riquezas ni fama, Dios también le dio esas bendiciones. Salomón se convirtió en el rey más sabio y próspero de su tiempo.
Una de las historias más famosas sobre la sabiduría de Salomón ocurrió cuando dos mujeres fueron a verlo con un problema muy difícil.
Ambas afirmaban ser la madre de un bebé, pero no se sabía quién decía la verdad. Salomón pensó por un momento y luego dijo: "Traigan una espada. Vamos a partir al bebé en dos, y cada una se quedará con una mitad".
Una de las mujeres gritó de inmediato: "¡No, no lo hagan! Denle el bebé a la otra mujer, pero por favor, no lo lastimen".
Al ver esto, Salomón supo que esa mujer era la verdadera madre, porque prefirió perder al bebé antes que verlo herido.
Entonces, entregó el bebé a su verdadera madre. Todo el pueblo se asombró de la gran sabiduría del rey.
Salomón también hizo algo muy importante durante su reinado: construyó un gran templo en Jerusalén.
Este templo fue construido para adorar a Dios y era uno de los edificios más hermosos del mundo en esa época.
Salomón trabajó muchos años para construir este lugar especial donde la gente podía venir a orar y ofrecer sacrificios a Dios.
La vida de Salomón nos enseña que la sabiduría es uno de los regalos más valiosos que podemos tener.
No se trata de ser el más fuerte o el más rico, sino de saber lo que es correcto y actuar con justicia.
Aunque Salomón fue un rey muy sabio, también cometió errores más adelante en su vida, cuando se alejó de Dios.
Esto nos muestra que es importante seguir siempre los caminos de Dios y buscar su guía en todo lo que hacemos.
Aunque Salomón tuvo momentos difíciles, su sabiduría y sus decisiones justas lo convirtieron en uno de los reyes más recordados en la historia de Israel.
Su historia nos inspira a buscar la sabiduría de Dios en nuestras propias vidas y a tratar siempre de hacer lo correcto.
Así que cuando necesites tomar decisiones importantes, recuerda la historia del Rey Salomón y ora a Dios para que te dé un corazón sabio y lleno de amor.
¡Con la sabiduría de Dios, podemos tomar decisiones que honren a Él y ayuden a los demás!
Hace mucho, mucho tiempo, había un profeta llamado Elías.
Elías era un hombre que amaba mucho a Dios y siempre seguía sus enseñanzas.
Vivía en un lugar donde la gente había olvidado a Dios y adoraba a ídolos falsos.
El rey de ese tiempo, llamado Acab, y la reina Jezabel, eran los que más promovían estas falsas creencias, y Elías estaba muy triste porque la gente ya no confiaba en el único Dios verdadero.
Un día, Dios le dijo a Elías que fuera a hablar con el rey Acab.
Elías, valiente y confiado en Dios, fue al palacio del rey. Le dijo al rey que, por haber desobedecido a Dios, no iba a llover por mucho tiempo hasta que él orara para que volviera la lluvia.
El rey Acab se enojó mucho, pero no pudo hacer nada para evitar lo que Elías había dicho.
Pasaron días, semanas y meses, y no cayó ni una sola gota de agua del cielo.
Todos los campos se secaron, los ríos se evaporaron y no había comida.
Pero Dios cuidó de Elías. Lo envió a un arroyo donde podía beber agua, y le mandó a unos cuervos para que le llevaran comida cada día.
Cuando el arroyo se secó, Dios le dijo a Elías que fuera a la casa de una viuda en un pueblo llamado Sarepta.
Aunque ella no tenía casi nada de comida, Elías le pidió un pedazo de pan.
La viuda, confiando en la palabra de Elías, compartió lo poco que tenía.
Entonces, ocurrió un milagro: cada día, la viuda encontraba suficiente harina y aceite para hacer comida para ella, su hijo y Elías. Dios nunca los dejó pasar hambre.
Pasó mucho tiempo, y Elías regresó para enfrentar a los sacerdotes de los ídolos en un desafío.
Subieron a un monte llamado Carmelo, y Elías les dijo que pidieran a sus dioses que enviaran fuego del cielo.
Los sacerdotes gritaron, bailaron, pero no pasó nada. Luego, Elías construyó un altar para Dios y oró con todo su corazón.
De repente, ¡fuego bajó del cielo y quemó todo el altar! Todos vieron que el Dios de Elías era el verdadero Dios.
Finalmente, Elías oró a Dios para que trajera lluvia, y después de mucho tiempo de sequía, las nubes oscuras cubrieron el cielo y cayó una gran tormenta. El pueblo se dio cuenta de que debían seguir a Dios.
Elías fue un profeta muy valiente y fiel. Siempre confió en Dios, y Dios nunca lo abandonó.
La historia de Elías nos enseña que debemos confiar en Dios en todo momento, y que Él siempre cuida de nosotros.
Fin
Había una vez, en un país lejano, un hombre llamado Eliseo.
Eliseo no era un hombre común, él era un profeta, lo que significaba que Dios le hablaba y le mostraba cosas maravillosas.
Eliseo había aprendido de otro gran profeta, Elías, y ahora él también ayudaba a las personas y hacía milagros en nombre de Dios.
Un día, una mujer muy triste se acercó a Eliseo. Ella y su esposo habían sido muy buenos, pero su esposo había muerto, y ahora ella y sus hijos no tenían dinero.
¡Estaban a punto de perder su casa! La mujer lloraba y no sabía qué hacer.
Eliseo, con mucha calma, le preguntó: "¿Qué tienes en tu casa?"
Ella respondió: "Solo tengo un poco de aceite en una pequeña jarra."
Entonces, Eliseo sonrió y dijo: "Ve y pide prestadas muchas vasijas vacías a tus vecinos. Llévalas a tu casa y empieza a llenar las vasijas con ese aceite."
La mujer hizo lo que Eliseo le dijo. Fue a su casa, y algo increíble sucedió.
A medida que vertía el aceite de su pequeña jarra, el aceite no se acababa. ¡Llenaba una vasija, luego otra, y otra más!
El aceite seguía fluyendo hasta que todas las vasijas estaban llenas.
"Ahora, ve y vende el aceite", dijo Eliseo. "Con el dinero, paga todas tus deudas y tendrás suficiente para vivir con tus hijos."
La mujer estaba tan agradecida. Gracias al poder de Dios, a través de Eliseo, ella y sus hijos pudieron tener una nueva vida.
Pero esa no fue la única vez que Eliseo hizo milagros.
En otra ocasión, ayudó a un grupo de hombres a recuperar un hacha que se había caído en un río.
Eliseo lanzó un palo al agua y, ¡milagrosamente, el hacha flotó hasta la superficie!
Eliseo siempre estuvo dispuesto a escuchar a Dios y ayudar a las personas.
Con su fe y confianza en Dios, hizo muchos milagros y mostró a todos que Dios siempre cuida a quienes confían en Él.
Fin
Hace muchos, muchos años, en la tierra de Canaán, vivía un hombre especial llamado Isaías.
Isaías era un profeta, lo que significa que Dios le hablaba y le daba mensajes importantes para los hijos de Israel.
A veces, el pueblo se alejaba de Dios y no seguía sus enseñanzas, así que Dios enviaba a profetas como Isaías para ayudar a la gente a recordar lo que era correcto.
Un día, Isaías tuvo una visión asombrosa. Mientras estaba orando en el templo, vio algo increíble: el cielo se abrió y vio a Dios sentado en un trono grande y brillante.
A su alrededor había ángeles, seres con alas que volaban cantando: "¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso! Toda la tierra está llena de su gloria".
Isaías estaba asombrado y también asustado. Pensó: "¡Oh no! Soy un hombre con labios impuros y he visto a Dios. ¿Qué voy a hacer?".
Pero entonces, uno de los ángeles voló hacia Isaías con una brasa encendida en la mano y tocó sus labios, diciéndole: "No tengas miedo, Isaías. Dios ha perdonado tus pecados".
Después, Dios habló y preguntó: "¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros para llevar mi mensaje al pueblo?". Isaías, lleno de valentía, respondió: "¡Aquí estoy, Yahveh! ¡Envíame a mí!".
Desde ese día, Isaías fue un mensajero especial de Dios. Caminaba por las ciudades y pueblos, diciendo a la gente lo que Dios le había dicho.
A veces, sus mensajes eran advertencias. Les decía que debían dejar de hacer cosas malas y volver a adorar a Dios.
Pero también les traía palabras de esperanza y consuelo. Les decía que, aunque las cosas estuvieran difíciles, Dios nunca los abandonaría.
Isaías también habló de algo muy especial que Dios le mostró.
Un día, dijo que vendría un Salvador, un Rey muy diferente a todos los demás. Este Rey no usaría una corona de oro ni viviría en un palacio.
Sería humilde y amoroso, y traería paz y justicia al mundo. Este Salvador sería Jesús, el Mesías, a quien Dios enviaría para salvar a la humanidad.
Isaías vivió una vida llena de fe y dedicación a Dios. A pesar de que a veces la gente no escuchaba sus palabras, él nunca dejó de compartir el mensaje de Dios, porque sabía que estaba cumpliendo una misión muy importante.
La historia de Isaías nos enseña que, aunque a veces tengamos miedo o no entendamos todo lo que sucede, Dios siempre tiene un plan.
Y si estamos dispuestos a escuchar su voz y hacer lo correcto, Él nos guiará y nos usará para cosas grandiosas.
Fin
Había una vez un hombre llamado Jonás, a quien Dios le dio una misión muy especial.
Un día, Dios le dijo: "Jonás, quiero que vayas a la ciudad de Nínive y les digas a las personas que dejen de hacer cosas malas. Si no, castigaré a la ciudad."
Jonás no estaba contento con esta misión. Nínive era una ciudad donde las personas no eran buenas, y Jonás no quería ir.
Así que decidió huir. Jonás pensó que podría escapar de Dios, así que se subió a un barco que iba en la dirección contraria.
Pero Dios siempre sabe dónde estamos, y cuando Jonás estaba en el barco, una gran tormenta comenzó a agitar el mar.
Las olas eran tan grandes que parecía que el barco se iba a hundir. Los marineros estaban asustados y no sabían qué hacer.
Así que comenzaron a preguntarse quién era el culpable de la tormenta.
Jonás sabía que la tormenta era su culpa, porque había desobedecido a Dios. Entonces les dijo a los marineros: "Láncenme al mar, y la tormenta se detendrá."
Al principio, los marineros no querían hacerlo, pero cuando la tormenta no mejoraba, finalmente lanzaron a Jonás al mar. ¡Y en ese instante, el mar se calmó!
Pero eso no fue el final de la historia. Mientras Jonás estaba en el agua, un gran pez se lo tragó entero.
Jonás estuvo dentro del vientre del pez durante tres días y tres noches.
Allí, en la oscuridad, Jonás oró a Dios. Le pidió perdón y prometió obedecerle.
Dios escuchó la oración de Jonás y decidió darle una segunda oportunidad.
Entonces, el gran pez escupió a Jonás en la orilla del mar. Jonás, agradecido y lleno de valor, fue a Nínive como Dios le había pedido desde el principio.
Cuando llegó a Nínive, Jonás les dijo a las personas que debían cambiar su comportamiento y dejar de hacer cosas malas.
Y ¿sabes qué? ¡Todos en la ciudad escucharon a Jonás! Se arrepintieron de sus malas acciones, y Dios decidió no castigar la ciudad.
Jonás aprendió que no importa a dónde vayamos, no podemos huir de Dios.
Y también aprendió que Dios es muy misericordioso y siempre está dispuesto a perdonar a las personas si se arrepienten de verdad.
Fin
Hace mucho tiempo, en una tierra llamada Judá, vivía un hombre llamado Jeremías.
Él era muy especial, porque Dios lo eligió desde que era muy joven para ser un profeta.
Un profeta es alguien que habla con Dios y lleva su mensaje a las personas.
Aunque ser profeta no era fácil, Jeremías aceptó esta importante misión con mucha valentía.
Un día, cuando Jeremías era aún joven, Dios le habló y le dijo:
—Jeremías, te he conocido desde antes de que nacieras. Te he elegido para ser un profeta para las naciones.
Jeremías, al escuchar estas palabras, se sintió muy asustado.
Él pensaba que era demasiado joven para hacer algo tan grande y dijo:
—Señor, soy solo un niño. No sé cómo hablar frente a la gente.
Pero Dios le respondió con amor y firmeza:
—No digas que eres solo un niño. Yo estaré contigo, y te diré lo que debes decir. No tengas miedo, porque yo te protegeré.
Dios tocó la boca de Jeremías y le dio las palabras que debía llevar al pueblo. Jeremías entendió que no estaba solo, sino que Dios lo acompañaría en cada paso.
En ese tiempo, la gente de Judá se había alejado de Dios. Habían comenzado a hacer cosas malas, como adorar a dioses falsos y olvidarse de las enseñanzas de Dios.
Esto puso muy triste a Dios, y por eso envió a Jeremías para advertirles que si no cambiaban su comportamiento, vendrían tiempos difíciles.
Jeremías fue muy valiente y empezó a hablar al pueblo, diciéndoles que debían arrepentirse y volver a Dios.
Les dijo que, si no lo hacían, su ciudad, Jerusalén, sería destruida, y ellos serían llevados como prisioneros a una tierra lejana llamada Babilonia.
Aunque las palabras de Jeremías eran duras, lo hacía porque quería que la gente volviera al buen camino y evitara el castigo.
Lamentablemente, muchas personas no quisieron escuchar a Jeremías.
Se burlaban de él y le decían que sus mensajes no eran ciertos. Incluso, los gobernantes de Judá se enojaron tanto con Jeremías que lo arrojaron a un pozo lleno de lodo para que se hundiera y muriera allí.
Pero Dios no abandonó a su profeta.
Un hombre bondadoso llamado Ebed-Melec, que era amigo de Jeremías, le pidió al rey que lo sacara del pozo.
Con la ayuda de unas cuerdas, sacaron a Jeremías y lo salvaron. Aunque sufrió mucho, Jeremías nunca dejó de confiar en Dios y siguió diciendo la verdad, incluso cuando nadie quería escucharla.
El Cumplimiento de las Advertencias de Jeremías
Pasaron los años, y todo lo que Jeremías había advertido se hizo realidad.
El rey de Babilonia vino con su ejército y destruyó Jerusalén. Las murallas se derrumbaron, y el templo de Dios fue quemado. Muchos fueron llevados prisioneros a Babilonia, tal como Jeremías había dicho.
A pesar de todo, Jeremías siguió siendo fiel a Dios. A los que habían sido llevados a Babilonia, les dio un mensaje de esperanza.
Les dijo que, aunque estaban lejos de su hogar, Dios seguía cuidando de ellos. Y prometió que, algún día, Dios los traería de regreso a su tierra.
Jeremías, el Profeta del Coraje y la Esperanza
La historia de Jeremías nos enseña que a veces es difícil decir la verdad, pero cuando Dios está con nosotros, podemos ser valientes.
Jeremías nos mostró que, aunque enfrentemos momentos difíciles y las personas no siempre nos escuchen, debemos confiar en Dios y hacer lo correcto.
Él también nos recuerda que Dios siempre tiene un plan para nosotros, y aunque a veces no lo entendamos, todo será para nuestro bien.
Fin
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Jeremías fue un profeta que, con valentía y fe, llevó el mensaje de Dios, aunque fue muy difícil. Él nos enseña la importancia de la obediencia y la confianza en Dios, y que, a pesar de las dificultades, siempre hay esperanza en el Creador.
(Rabina Naomi Saraí)
Hace mucho tiempo, en un reino lejano llamado Babilonia, había un rey muy poderoso llamado Nabucodonosor.
Este rey decidió construir una enorme estatua de oro y ordenó que todos los habitantes del reino se arrodillaran y la adoraran.
Aquellos que no lo hicieran serían castigados severamente.
Entre los habitantes de Babilonia, había tres valientes amigos llamados Sadrac, Mesac y Abednego.
Estos jóvenes eran amigos de Daniel, un hombre sabio que había sido llevado a Babilonia.
Sadrac, Mesac y Abednego amaban a Dios y sabían que solo debían adorarlo a Él. Así que cuando escucharon el decreto del rey, se sintieron muy preocupados.
“¿Qué vamos a hacer?”, preguntó Sadrac. “No podemos adorar a la estatua, ¡eso sería desobedecer a Dios!”
“Es cierto”, dijo Abednego. “Debemos ser valientes y permanecer firmes en nuestra fe”
Cuando llegó el día de la adoración, el rey Nabucodonosor reunió a toda la gente y tocó una trompeta.
Todos se arrodillaron ante la estatua de oro, excepto Sadrac, Mesac y Abednego. Los tres amigos se mantuvieron de pie, mirando al rey con valentía.
Al ver esto, algunos de los consejeros del rey se acercaron a él y le dijeron: “¡Rey Nabucodonosor!
Hay tres hombres que no te obedecen. Sadrac, Mesac y Abednego no se han arrodillado ante la estatua”.
El rey se enojó mucho y mandó llamar a los tres amigos. “¿Es cierto que no se han arrodillado ante mi estatua?” preguntó el rey. “Si no lo hacen, los arrojaré al horno de fuego ardiente”.
Sadrac, Mesac y Abednego miraron al rey con confianza y respondieron: “¡Rey, no necesitamos defendernos ante ti!
Nuestro Dios puede salvarnos del horno de fuego, pero incluso si no lo hace, nunca adoraremos a tu estatua”.
El rey se enfureció más y ordenó que el horno se calentara siete veces más de lo normal. Luego, hizo que los tres amigos fueran atados y los arrojaron al horno.
Pero algo increíble sucedió. Cuando los guardias miraron dentro del horno, no solo vieron a Sadrac, Mesac y Abednego, sino también a una cuarta figura que parecía un ángel de Dios.
Todos estaban caminando en medio del fuego, ¡sin quemarse!
“¿No eran tres los hombres que arrojamos al fuego?”, preguntó el rey sorprendido. “Pero ahora hay cuatro, y están a salvo. ¡Salgan de allí!”
Sadrac, Mesac y Abednego salieron del horno sin una sola quemadura, ni siquiera tenían olor a humo.
El rey Nabucodonosor se sorprendió tanto que exclamó: “¡Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego! Su Dios es poderoso y ha salvado a sus siervos”.
Desde aquel día, el rey hizo un nuevo decreto: “Nadie puede hablar en contra del Dios de Sadrac, Mesac y Abednego”.
Los tres amigos de Daniel nos enseñan que debemos ser valientes en nuestra fe y siempre adorar a Dios, sin importar las circunstancias.
Dios está con nosotros en los momentos difíciles y puede hacer cosas asombrosas cuando confiamos en Él.
Fin.
Hace mucho tiempo, en la tierra de Babilonia, vivía una mujer muy hermosa y valiente llamada Susana.
Ella era una mujer justa que amaba a Dios y siempre hacía lo correcto.
Susana estaba casada con un hombre llamado Joaquín, y juntos vivían en una hermosa casa con un gran jardín.
Susana solía pasear por su jardín todas las tardes, disfrutando de las flores y los árboles.
Pero un día, dos ancianos malvados la vieron desde lejos. Estos ancianos eran jueces, encargados de tomar decisiones importantes para el pueblo.
Sin embargo, no eran justos, y al ver a Susana, comenzaron a hacer un mal plan en su contra.
Un día, mientras Susana estaba sola en su jardín, los dos ancianos malvados se acercaron a ella y le dijeron cosas muy malas.
Querían que Susana hiciera algo incorrecto, pero ella sabía que eso no era lo que Dios quería.
Susana se negó y decidió mantenerse firme en su fe, aunque los ancianos le advirtieron que la acusarían de algo que ella no había hecho.
Los ancianos fueron al pueblo y le dijeron a la gente una mentira terrible: que Susana había hecho algo muy malo.
Como ellos eran jueces, la gente les creyó. Todos estaban muy tristes y preocupados, porque creían que Susana, una mujer tan buena, había hecho algo malo.
El caso de Susana fue llevado ante un tribunal, y parecía que no había esperanza para ella.
Pero entonces, un joven llamado Daniel, que era muy sabio y justo, se levantó y dijo: "¡Esta mujer es inocente! Dios no dejará que una persona justa sea castigada por algo que no hizo".
Daniel pidió que los ancianos fueran interrogados por separado.
Entonces, comenzó a hacerles preguntas sobre lo que supuestamente habían visto. Pero los ancianos no pudieron ponerse de acuerdo en sus respuestas.
Uno dijo que vio a Susana bajo un árbol, y el otro dijo que la vio en un lugar diferente. Daniel se dio cuenta de que estaban mintiendo.
Gracias a la sabiduría y justicia de Daniel, el pueblo entendió que Susana era inocente.
Los ancianos malvados fueron castigados por mentir, y Susana fue liberada. Todos celebraron que la verdad había salido a la luz.
Esta historia nos enseña que, cuando confiamos en Dios y hacemos lo correcto, Él siempre estará a nuestro lado.
También nos recuerda que decir la verdad y ser justo es muy importante, y que, aunque otros puedan mentir o hacer cosas malas, Dios siempre sabe la verdad.
Fin
Hace muchos años, en una tierra lejana llamada Babilonia, vivía un joven muy especial que se llamaba Daniel.
Daniel no era solo un chico inteligente, sino también muy valiente y, sobre todo, tenía una gran fe en Dios.
Él siempre oraba, confiaba en Dios y seguía sus mandamientos, sin importar las circunstancias.
Daniel no vivía en su país de origen. Él era de Judá, pero junto con muchos otros, había sido llevado a Babilonia cuando el rey Nabucodonosor conquistó su tierra.
A pesar de estar en un lugar extraño, lejos de casa, Daniel siempre se mantuvo fiel a su Dios.
El rey de Babilonia, al darse cuenta de que Daniel era muy sabio, lo escogió para servir en su palacio.
A Daniel le iba muy bien en todo lo que hacía porque Dios lo bendecía.
Pero no estaba solo; tenía tres amigos llamados Sadrac, Mesac y Abednego, que también servían al rey y confiaban en Dios.
Con el tiempo, un nuevo rey llamado Darío llegó al trono de Babilonia. A Darío le agradaba mucho Daniel y decidió hacerlo uno de los gobernantes más importantes del reino.
Sin embargo, algunos de los otros gobernantes estaban celosos de Daniel. Ellos sabían que el rey confiaba en él, y eso les molestaba.
Los hombres celosos pensaron en una manera de atrapar a Daniel. Sabían que Daniel siempre oraba a Dios, así que convencieron al rey Darío de firmar una ley muy extraña:
—Oh, rey Darío, creemos que eres tan grande que todos deberían orar solo a ti durante 30 días. Si alguien ora a otro dios o persona, ¡debe ser arrojado al foso de los leones!
El rey, sin pensar en Daniel, firmó la ley. Ahora estaba prohibido orar a cualquier dios que no fuera el rey.
Cuando Daniel se enteró de la nueva ley, no se asustó. Él sabía que solo debía orar a Dios, sin importar lo que dijeran los hombres.
Así que, como todos los días, Daniel subió a su habitación, abrió las ventanas y oró a Dios tres veces al día.
Los hombres celosos lo vieron y rápidamente fueron a contarle al rey Darío:
—¡Oh, rey! Daniel no está obedeciendo tu ley. Sigue orando a su Dios.
El rey Darío se puso muy triste, porque no quería castigar a Daniel. Pero la ley estaba escrita, y no había nada que el rey pudiera hacer para cambiarla.
Con el corazón apesadumbrado, Darío ordenó que lanzaran a Daniel al foso de los leones. Sin embargo, antes de que lo arrojaran, el rey le dijo a Daniel:
—Que tu Dios, a quien siempre sirves, te salve.
Los leones eran enormes y feroces, y el foso era oscuro y aterrador. Pero Daniel no tuvo miedo. Sabía que Dios estaba con él.
Esa noche, el rey Darío no pudo dormir. Estaba muy preocupado por Daniel y se levantó muy temprano a la mañana siguiente. Corrió hasta el foso de los leones y gritó:
—¡Daniel! ¿Te ha salvado tu Dios?
Y desde el foso se escuchó la voz de Daniel, firme y tranquila:
—¡Sí, mi rey! Mi Dios envió a su ángel, y él cerró la boca de los leones. No me han hecho daño porque fui fiel a Dios.
El rey Darío se alegró mucho y ordenó que sacaran a Daniel del foso de inmediato. Los leones no lo habían tocado ni un solo momento. Fue un gran milagro de Dios.
Gracias a la valentía y la fe de Daniel, el rey Darío comprendió que el Dios de Daniel era el verdadero Dios.
Entonces, el rey hizo una nueva proclamación en todo el reino, diciendo:
—Todos deben honrar al Dios de Daniel, porque Él es el Dios viviente, y su reino nunca terminará.
La historia de Daniel nos enseña que, cuando confiamos en Dios, Él siempre nos protege, sin importar lo grande o peligroso que sea el desafío.
Daniel fue valiente porque sabía que Dios estaba con él, y eso le dio la fuerza para seguir adelante, incluso frente a los leones.
Si seguimos a Dios y confiamos en Él, como lo hizo Daniel, también veremos grandes cosas en nuestras vidas.
Fin
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Esta historia nos muestra que la fe en Dios y la oración son poderosas, y que cuando seguimos sus caminos, Él siempre está dispuesto a protegernos, incluso en las situaciones más difíciles.
(Rabina Naomi Saraí)
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